¿Da lo mismo no haber leído nunca antes una novela juvenil para corregir este tipo de textos?
Está claro que cualquier corrector o correctora que se haya formado en su profesión es capaz de corregir una novela de casi cualquier tipo; pero así como podemos encontrarnos con muchos géneros especializados o técnicos en los que la corrección resulta más eficaz si el o la profesional ya tiene experiencia en el área, la corrección (y traducción, edición, diseño, ilustración, etc.) de novelas juveniles resulta un mejor producto final si los y las profesionales que se involucran tienen experiencia en el tema.
En mi caso, mi camino como correctora y editora de literatura juvenil fue avanzando en paralelo con mi recorrido como lectora del género. Esto no quiere decir que no podría haber hecho mi trabajo de no haber sido de esta manera, pero sí que, definitivamente, se ha visto enriquecido: el vocabulario, las referencias, el estilo…; podría decirse que la literatura juvenil maneja un lenguaje propio que, en caso de desconocerlo, puede resultar forzado o, en ocasiones, directamente discordante con lo que sus lectores esperan encontrar.
En primer lugar –y quizás una de las cuestiones más obvias–, nos encontramos con un lenguaje escrito para (y en muchos casos por) jóvenes. ¿Esto es sinónimo de textos empobrecidos lingüísticamente? De ninguna manera. Solo implica que serán muy diferentes de los que apunten a otras edades por el simple hecho de manejar un registro con el que los y las lectoras se sienten identificados.
Pongamos un ejemplo: en una ocasión, me tocó corregir una novela escrita por una autora de una edad bastante similar a la mía (es decir, no había una gran diferencia etaria), pero que estaba utilizando algunos términos que me gusta describir como “de mamá”. Eran palabras que no es que fueran incorrectas (existen, claro está) ni que un lector o una lectora de juvenil desconocieran por completo. Simplemente, en el contexto, no resultaba verosímil que una chica de 15 años las estuviera utilizando para hablar con sus amigas. No estaban mal utilizadas, no eran incorrectas, solo que no eran adecuadas para el registro. Esta novela en particular tenía varias cuestiones asociadas al registro que fui marcando: comentarios de la protagonista o situaciones que se daban, que no es que estuvieran mal propiamente dichas, pero no se adecuaban al público al que estaba dirigida o no tenían en cuenta las problemáticas o experiencias de alguien de esa edad.

Por otro lado, nos encontramos con el tema del estilo. Más allá de que cada editorial o sello pueda tener –o no– una hoja de estilo propia (es decir, cómo se usan las cursivas, las comillas, las negritas, etc.), suele ser un consenso el hecho de no utilizar cursivas para marcar extranjerismos cuando estos son términos cotidianos tanto para los personajes como para los lectores. En una editorial para la que corrijo en diversos sellos, por ejemplo, este criterio únicamente es válido en las publicaciones bajo el sello juvenil, pero no en las de no ficción o divulgación. Está claro que cada público maneja un código diferente, y entonces, en estas novelas prevalece la decisión de no utilizar cursivas en términos que normalmente las tendrían por tratarse de extranjerismos, ya que, si no, las páginas estarían llenas de cursivas.
Podemos observar también que no suele haber notas al pie para explicar términos (aunque estos estén en otro idioma) o referencias a otros consumos culturales, como libros, películas, series de televisión, música, etcétera: se entiende –o se espera– que los lectores y las lectoras sepan identificar esas referencias y comprenderlas, o, de no ser así, que tengan la capacidad de buscar y encontrar de qué se está hablando (no hay que subestimarlos, tampoco).
Voy a traer otra situación para señalar un ejemplo, en este caso de un libro con lenguaje completamente mal utilizado en un tema muy sensible como lo es la identidad de género. Esta novela tenía como protagonista a una persona no binaria y se hacía mención, entre otras cosas, al género, la identidad, la orientación sexual, el sexo, etcétera. Cuando comencé mi trabajo de corrección, noté que, en varios momentos, algunos de estos términos no me sonaban del todo bien, aunque no lograba identificar exactamente por qué. Al tratarse de un tema tan sensible, por supuesto, me aseguré de asesorarme con personas que tuvieran mucha más experiencia en el tema, pero llegó un momento en que necesité ir al original porque no entendía cómo podía ser que se estuvieran confundiendo tanto algunos términos e, incluso, que se usaran otros que directamente podían considerarse ofensivos o inapropiados. Resultó ser que el problema había estado en la traducción, no en la escritura. El original utilizaba la terminología adecuada, pero en la traducción, no se habían empleado correctamente ninguno de los términos. Se confundían o se utilizaban en forma indistinta sexo y género, y en otros casos, había expresiones o definiciones que, en la actualidad, consideramos inapropiadas para referirnos, por ejemplo, a las personas queer. Independientemente de que hubo una falla por parte de quien tradujo, por no haber hecho una buena investigación para asegurarse de estar utilizando los términos correctos, o por no consultar con especialistas que lo o la asesoraran, considero –y esto es una nota personal, desconozco cuál fue la falla– que tuvo una dificultad extra por no tratarse de alguien que normalmente trabajara con novelas juveniles y que, por ende, no estuviera informado o familiarizado con la terminología que, a estas alturas, podríamos considerar de cultura general. Por suerte, encontré estos errores a tiempo y pudimos corregir todas las veces que se había traducido de manera incorrecta alguna de estas palabras, pero, claramente, eso implicó una mayor demora en el trabajo, la lectura minuciosa del original y la reescritura de gran parte de la traducción.
Con este último ejemplo, lo que intento poner de relieve es que no se trata solo de manejar cierto vocabulario o estilo, sino que, además, es importante estar al día con lo que vive nuestra sociedad en la actualidad, con los temas de los que los y las jóvenes están hablando y les importan, y ser sensibles a las distintas realidades. También, es importante tener en claro que, en ciertos temas, no siempre una definición de diccionario coincide con lo que una palabra está designando en su uso cotidiano. Para asegurarme de estar utilizando correctamente términos relacionados con identidad de género, por ejemplo, prefiero mil veces consultar con colegas que están en el tema, activistas y personas que se identifican con esas realidades, antes que hacer una búsqueda genérica o de diccionario, porque sé que el lenguaje cambia constantemente, y lo que ayer llamábamos de una forma hoy lo denominamos de otra. Es importante ser sensibles a estos temas; algo similar ocurre, por ejemplo, con la discapacidad, el espectro autista, la salud mental, entre tantos otros casos.
Son muchas las maneras de estar al tanto en lo que respecta a la literatura juvenil. No solo se trata de leer otros títulos, además de lo que estamos corrigiendo, sino también participar de diferentes actividades y comunidades online, rodearse y formar parte activa de este público. Algo que disfruto mucho es asistir a presentaciones de libros de las editoriales con las que trabajo (en caso de no poder estar físicamente por cuestiones de distancia, muchas veces hacen transmisiones en vivo en alguna red social), actividad en la que puedo estar cara a cara con los lectores y las lectoras de las novelas en las que trabajo, conocer sus gustos y reacciones, qué temas están en boca de todos, etcétera. Pero, además, hay muchísimos otros eventos que giran en torno a la literatura juvenil: charlas en ferias del libro –no solo en las “grandes” ferias, también hay muchas locales, municipales, provinciales–, la Noche de las Librerías, festivales de todo tipo y más. Resulta muy enriquecedor participar y escuchar a los y las jóvenes en esta clase de eventos. Y, en caso de no poder asistir de forma presencial por el motivo que sea, las redes están llenas de comunidades de lectores: tenemos bookstagramers, booktokers, booktubers (personas que reseñan libros y comparten sus lecturas, entre otras cosas, en Instagram, TikTok y YouTube). Podemos seguir en las redes a estos influencers de libros y participar de actividades online, como lecturas conjuntas, debates, sorteos, charlas y un largo etcétera.
En conclusión, considero que para especializarse en la corrección de literatura juvenil es más que recomendable conocer muy bien al público lector, participar de actividades organizadas por y para estos lectores, leer todo lo que se pueda y, en caso de tener dudas, siempre consultar con colegas que estén en el tema o con referentes que puedan dar una respuesta lo más adecuada posible.